Entrenar duramente

El verano pasado Sevilla vivió el mes de Julio más caluroso después de 56 años, ni ventiladores ni aires acondicionados hacían nada. Recuerdo salir de casa con la cabeza mojada, dos litros de agua y alguna lagrimilla en los ojos porque ya sabía lo que me iba a tocar. La carretera era lava de volcán, el aire quemaba la nariz por dentro y el sol castigaba duramente la piel. Los coches que transitaban me pitaban y me hacían gestos de estar loca. En mi cabeza un solo pensamiento “date la vuelta y sales al anochecer” Después de 16 kms sin sombra todo era más llevadero o eso pensaba yo o es que quizás ¿había aclimatado realmente a mi cuerpo a ese calor infernal?

Estaba entrenando con altas horas de temperatura pero había ido haciendo una ligera progresión, entrenaba a media mañana y poco a poco fui haciendo entrenamientos al mediodía hasta que el calor se convirtió en mi mejor amigo. Planificaba las tiradas largas donde sabía que el pulso no sería muy alto y corría cerca de lugares con agua para beber y refrescarme pero aun así sentía que el cuerpo estaba soportando  lo que para otras personas supondría calambres o desmayos. Me habitué a que los 42 grados, era algo que molestaba sí, pero me dejaba seguir entrenando. Curioso lo que podemos llegar a soportar.

Siempre he pensado que lo que no te mata te hace más fuerte y a mí eso, me iba a hacer dura de verdad para irme al desierto. No quería mimar mi cuerpo sino castigarlo en el exterior porque cuanto peor lo pasase en esos momentos más disfrutaría de Namibia.

20150422_223735 (2)

«Tener los pies recalentados, llegar a casa con la lengua casi blanca y las pecas a punto de estallar, me hacían comprender que estaba trabajando duramente y sería la clave del éxito».

 Nunca he entendido a los que entrenan súper frescos, evitan los días de lluvia, de mucho frío o de mucho calor. Todo debe hacerse con cabeza por supuesto pero ¿cómo endureces la mente y el cuerpo? Si no sientes frío nunca sabrás cuando el cuerpo te hable en una competición, si no pasas sed como vas a saber cuándo estás llegando al límite y eres capaz de soportar, si tomas ibuprofenos como identificas las lesiones.

«Nos pasamos la vida evitando pero en una competición nada está escrito y los imprevistos siempre van ocultos en el dorsal».

No se gana las pruebas que te pone la vida con fuerza sino con cabeza, con capacidad de sufrimiento que se desarrolla en los entrenos, con perseverancia. Se llega al final por la actitud con la que te enfrentas cada día.

Me gusta entrenar duro, sonreír en cada momento que quiero tirar la toalla, escucho a mi cuerpo, acepto el dolor y soy consciente que algún día todo esto me pasará factura pero en mis ojos sólo habrá el reflejo de haber ganado muchas batallas.

La vida es para morderla

Alguien me preguntó el viernes antes de partir hacia Ronda porque iba si sabía que sería sufrimiento, que mi cuerpo aún no estaba preparado para afrontar una prueba de ese tipo, además con un dedo casi roto y la mente algo difusa. Sólo fui capaz de responder, lo necesito.

Llegar de Namibia no está siendo fácil, a veces la tristeza me embarga y no sé por qué, otras busco fotos que me recuerden que pude superar 1000 kilómetros e incluso en momentos me siento tan agotada. Son muchos los altibajos emocionales  que estoy sintiendo,  de alegría y tristeza, es normal pasar por este estado  hasta asimilar cada kilómetro recorrido.

Necesitaba hacer esta carrera para afrontar de nuevo el ser capaz de sufrir, lo admito, tenía tanto miedo de volver a colocarme un dorsal porque ha sido tan duro esos 1000 kms a nivel físico y mental, que sólo pensar en volver a poder sentir dolor me angustiaba. Y esta carrera a mí me ha enseñado tanto desde que empecé a correrla año tras año que le debo estar presente siempre que pueda. Me ha dado grandes amigos, muchas experiencias y muchas medallas finishers con nombres de personas que me han ayudado.

Comienza la cuenta atrás, nervios, miedo, sonrisas cómplices con mi Mario y Manu, presionas el botón de Start y ya nada puede detenerte. Me pongo mi música y me voy relajando, empiezo a encontrar amigos, personas que te saludan con cariño y los kilómetros se hacen más llevaderos.

Vuelve el olor a campo, ya no tengo frío y el cuerpo me responde, voy dando zancadas, no dejo de avanzar porque la derrota no se escribió en mi diario.

Llamo a casa para que se queden tranquilos, para ellos no es nada fácil, son mis padres y ¿que duele más que un hijo? La voz de mi padre me hace emocionarme, con sus bromas y con miedo me pregunta cómo voy, quizás teme a mi respuesta, le miento, no puedo decirle que ya iba con dolores aunque fueran soportables. Al colgar rompo a llorar, los necesito tanto.

Kilómetro 30 comienza el calvario, los dolores de articulaciones, diafragma y agotamiento empiezan a no darme tregua.  Me encuentro con mi amiga Cristina que me ayuda un poco después unos chicos de Setenil que me gritan para que no decaiga pero entiendo que esto ya es lo que voy a sentir durante 24 kilómetros más. Ahora sí empieza mi carrera.

Cada vez voy más lenta y veo las cuestas más altas, pienso que voy sufriendo de manera voluntaria a diferencia de muchas que sufren a veces sin poder evitarlo y eso me da la garra para seguir. Vuelvo a la etapa 10 de Namibia, limpio mis lágrimas y sigo. No puedo ni quiero rendirme, “la vida es algo que hay que morder y cada bocado tiene un sabor” como dice la canción de Fito.

Este deporte que amamos mucho, no tiene goles, ni sumas millonarias, ni rivalidad pero si existe la lealtad por la persona que en mitad de la nada conoces y se convierte en tu compañero de fatiga, ése que te agarrara la mano y te enseñará todo lo que ha vivido. Sabes que pasará el tiempo y lo recordarás, quizás lo vuelvas a ver en otra carrera y lo abrazarás como en la última entrada en meta. Gracias Darío por ser mi mejor avituallamiento.

Última subida y a lo lejos veo a mi hermana esperándome para abrazarme y gritarme, me emociono. Ya sólo quedan 500 metros de gloria, de sentir los aplausos, de dar las gracias, y levantar los brazos al cruzar la meta. Lloro sin consuelo, abrazo a mi compañero, a mis amigos que llevaban horas esperando y sólo pienso:

«no te rendiste, siéntete feliz porque lo tienes todo para alcanzar el cielo y ayudar a muchas mujeres»

Hoy estoy rota a nivel articular pero nada me borra la sonrisa, vuelvo a tener ganas de entrenar porque el sábado me encontré de nuevo en Ronda. Pienso en lo que hacemos con este proyecto www.laprincesadeldesierto.com y me da más ganas de dejarme la piel cada día.

Gracias a ese equipo de mujeres maravillosas que compartisteis conmigo tiempo antes de salir, gracias a Cristina por estar a mi lado una vez más. Gracias a todos los que me animasteis (Jartibles) y a Darío por llegar hasta el final conmigo. Gracias a Manu por estar, a Mario por el día a día, que orgullosa estoy de ti, a mi amiga Mari por tu eterna amistad y a mi Mai y familia por cuidarme y aguantar.

Gracias a todos porque me impulsáis en las cuestas cuando ni las manos en los cuádriceps me ayudan a subir.

Gracias a Álvaro Cuadrado por recordarme que ya no soy niebla sino viento y estar a mi lado.

Hoy vuelvo a estar dispuesta a dar bocados a la vida aunque a veces el sabor no sea el que quiero pero sé que todos alimentan mi cuerpo y mi alma.